He sido maestra por más de un cuarto de siglo, he criado a cuatro niños y tengo seis nietos. Pensarás que ya debería saberme el abecedario, pero escucha esta historia.

Una noche, estaba sentada a solas en mi casa del bosque. Mi esposo estaba en una reunión fuera de la ciudad, nuestros hijos estaban en sus respectivas moradas y yo me encontraba leyendo un libro. Ni siquiera era una novela policíaca, era una historia común y corriente. Me percaté de que había estado escuchando un golpeteo. Me detuve, escuché con atención y volví a percibirlo. Con bastante fuerza.

Aunque vivimos en un área relativamente segura, habían ocurrido una serie de robos en los últimos días. El ruido volvió a escucharse. Recé para que se tratara de la calefacción y retomé mi lectura. Mientras fingía estar leyendo, recordé que no tenemos calefacción en esta casa. Más ruidos. Volví a la página, en esta ocasión recorriendo las líneas con el dedo para no perderme. Los ruidos se hicieron más fuertes. Finalmente admití que los ruidos venían del sótano y que más me valía buscar ayuda.

En cuanto acepté la idea de que alguien me acechaba desde el sótano, entré en pánico. Dejé el libro sobre la mesa, con las manos temblando y la boca seca, y caminé de puntillas hacia el área del teléfono. Saqué el directorio, escuchando los sonidos que se hacían cada vez más fuertes, e intenté encontrar el número de la policía de Benton Town. Sin embargo, estaba tan asustada que no lograba dar con el número. Los ruidos se escuchaban más fuertes. ¿Y más cerca? No recordaba el abecedario. ¡No podía usar el directorio telefónico! Así que decidí llamar al 911.

La patrulla llegó de inmediato con las resplandecientes luces encendidas, los policías salieron del auto, se acercaron a la puerta con las armas en mano, y me preguntaron si estaba bien. Poniendo el dedo sobre mis labios, les indiqué con la cabeza que estaba bien y les señalé que los culpables estaban abajo. Mis salvadores se dirigieron a cumplir con su aterrador deber y poco después los escuché reírse. “¿Quiere conocer a sus criminales, señora Vail?”, me preguntaron.

Habían encontrado a una familia de ciervos de cola blanca, masticando las ramas de mi rododendro y chocando con la puerta metálica del sótano. Después de que la policía se había marchado y yo había dejado de hiperventilar, me di cuenta de que el miedo había puesto una barrera entre mi mente y el conocimiento e información que poseía. ¡Ni siquiera había recordado el abecedario!

Cómo las emociones afectan al cerebro

Como una persona adulta, puedo formular el problema a través de una historia divertida. Pero los niños no tienen este lujo en la escuela. Tal como me ocurrió a mí, su conocimiento suele volverse inaccesible cuando están asustados. Al enfrentar frustración, desesperación, preocupación, tristeza o vergüenza, los niños pierden el acceso a su propia memoria, razonamiento y capacidad de realizar conexiones.

La sola posibilidad de que les pidan leer frente a la clase es suficiente para paralizar de miedo a algunos niños. Tener que realizar una prueba o examen escrito, con los requerimientos combinados de memoria, razonamiento, escritura, planificación y organización, puede causar un bloqueo mental en algunos niños. Tener que resolver un problema de matemáticas con enunciados puede dejar sin habla a algunos estudiantes. Los niños asustados tienen un desempeño deficiente y no aprenden la información de forma efectiva. La ansiedad es enemiga de la memoria. Y, lamentablemente, en muchas aulas actuales, observamos a niños cuya energía y capacidad intelectual son consumidas por sus estados emocionales negativos. La emoción es el botón de encendido/apagado del aprendizaje.

Las personas perceptivas han estado observando esto durante años, pero ahora tenemos información neurológica para confirmar nuestras corazonadas.

La parte emocional del cerebro, el sistema límbico, tiene el poder de permitir o negar el acceso al aprendizaje, la memoria y la capacidad de establecer conexiones nuevas.

Una imagen con tres perspectivas del cerebro humano lo mostraría de lado a lado, de atrás hacia adelante y de abajo hacia arriba.

Por un lado, el hemisferio izquierdo se encarga de la lógica, la secuencia, el tiempo y el idioma. Del otro lado, el hemisferio derecho alberga la organización espacial, ciertos tipos de intuición y las matemáticas.

Viéndolo desde atrás hacia adelante, podríamos considerar la parte posterior como un almacén de conocimiento y experiencia, pero seleccionamos, usamos y disponemos de esa información en nuestros lóbulos frontales.

La tercera perspectiva va desde abajo hacia arriba como un elevador. En la parte inferior está el bulbo raquídeo (la parte superior de la columna vertebral y la base del cerebro), el cual contiene el mecanismo para la estimulación. El siguiente nivel es el sistema límbico, cuyo trabajo es interpretar el valor emocional de los estímulos recibidos, decidiendo si son neutrales, buenos o peligrosos. El sistema límbico transmite su interpretación a todo el cuerpo, y, dependiendo de esta interpretación, permite o niega el acceso a las funciones corticales superiores, que representarían el piso superior.

Si el sistema límbico dice “peligro” (como ocurrió cuando escuché los ruidos), el acceso es denegado. El elevador no llega al nivel más alto, como cuando no pude usar el abecedario. Del mismo modo, si el sistema límbico dice “¡estupendo!”, el elevador asciende sin problemas hasta un ático de conocimiento, imaginación y creatividad. Las emociones controlan al elevador.

Cómo reforzar hábitos emocionales positivos

Los padres son la fuente principal de los hábitos emocionales de sus hijos. Estos hábitos predicen, previenen o preparan para la satisfacción académica a medida que establecen conexiones satisfactorias o decepcionantes con el mundo exterior. Los niños cuyas experiencias han fomentado el optimismo llevan este hábito consigo al aula de clases.

6 principios para ayudar a los padres a reforzar las emociones positivas.

  1. Promueve la motivación.

    La motivación proviene de la confianza, la cual, a su vez, es el resultado de la aptitud. Desglosa los nuevos desafíos en componentes manejables. Desde andar en bicicleta hasta aprender otro idioma, supervisa el progreso, apoya el esfuerzo, aplaude las nuevas capacidades y dale la oportunidad al niño de que las demuestre. Lee más sobre cómo motivar a un estudiante desmotivado.

  2. Despierta la curiosidad.

    La curiosidad se nutre con las oportunidades de experimentar con ideas y disfrutando del caos de las preguntas, así como del orden de las respuestas. La curiosidad muere cuando la imaginación, el humor y el riesgo se ponen en duda. Lee 7 cosas que matan a la curiosidad de un niño.

  3. Alienta el intelecto, el talento y el poder.

    Descubre los talentos de tu hijo y destina el tiempo, el dinero y las energías psicológicas para aquello que se le da bien. Las debilidades a las que no se les presta atención causan problemas, pero los talentos que no se ponen en práctica causan frustración.

  4. Fomenta las conexiones.

    Gran parte de la educación ocurre en compartimientos y se almacena en cajas pequeñas. Los padres pueden contrarrestar esto ayudando a los niños a asociar palabras con experiencias, palabras con imágenes, imágenes con música y entrelazando ideas y eventos con la experiencia que es la vida.

  5. Supervisa el progreso.

    Crea un portafolio para cada niño. Pídele al niño que escriba un diario (con palabras o imágenes). Registra anualmente la altura de los niños junto al marco de una puerta en el Día de Acción de Gracias. Los domingos por la noche, antes de que se vayan a dormir, pídeles a tus hijos que mencionen una nueva experiencia que hayan tenido esa semana. No tiene que ser algo extraordinario o costoso: caminé dos millas, preparé un pastel, escribí un poema sobre los Boston Red Sox. Cuenta tu experiencia. Sirve de modelo.

  6. Que tus hijos sientan que cuentan contigo.

    Los padres deben poner atención y ayudar con las debilidades de sus hijos, brindar risas para el bien del alma, brindar ayuda organizativa y oportunidades para desarrollar talentos y reforzar el carácter.

Los hábitos emocionales positivos, partiendo de estos principios, ayudarán a que los niños asuman los desafíos con optimismo y energía, y reaccionen con otras personas con sinceridad y alegría.